Al tratar de legitimar el socialismo mediante los principios
de la termodinámica, el texto de Podolinsky reflejaba a su vez el modo en que
la sociedad empezaba a ser concebida como un sistema de producción en el que su
progreso material y moral era medible en términos energéticos. Aprovechar al
máximo la energía que la naturaleza le dispensaba al hombre se convirtió en uno
de los nuevos valores de la sociedad moderna de finales del siglo. Y al igual
que la sociedad, el cuerpo humano también se conceptualizó como una máquina
térmica, en la que podía intervenirse para lograr su optimización energética.
Desde esa lógica, uno de los conceptos centrales de la economía política, la
«fuerza de trabajo», empezó a entenderse como un valor equivalente a cualquiera
de las otras energías de la naturaleza destinadas a accionar el sistema fabril
de las nuevas ciudades industriales. Este concepto se convirtió así en una
medida cuantitativa del gasto de la
energía humana en la producción, en un valor físico completamente separado de
los aspectos sociales de las formas y condiciones del trabajo. La «cuestión obrera»
pareció entonces un problema solucionable exclusivamente a través de las
ciencias naturales. A finales del siglo expertos en fatiga, nutrición y
fisiología del motor humano buscaron una supuesta solución «neutral» y objetiva
a los conflictos políticos y económicos propios de las ciudades
industrializadas.
Esta aproximación científica buscó los medios para maximizar
la productividad mientras se conservaban las energías de las clases
trabajadoras. Diversas reformas sociales relacionadas con los programas de
higiene social, la alimentación de la población (medida en calorías), la
legislación de accidentes industriales, el sistema de pago a los obreros y la
duración del día laboral estuvieron informadas por la doctrina del
productivismo. Doctrina que el químico, industrial y filósofo social belga
Ernest Solvay, uno de sus principales representantes, no dudó en llamar «el
equivalente social de la energética». En última instancia, un reduccionismo de
los individuos a aquello que podía ser cuantificado como una mercancía: un sistema
contable energético-material de entrada de combustible y salida de trabajo.
Sirva este breve repaso histórico para recordarnos que la ciencia es una actividad
humana influenciada por el contexto social donde es producida y que, a su vez,
ayuda a reconfigurar ese contexto. Si la metáfora de la sociedad como un organismo
biológico constituyó un elemento central del darwinismo social, la de la sociedad
y el cuerpo como una máquina térmica lo fue para la termodinámica social. Tal
vez no estaba tan desatinado Jorge Luis Borges cuando mencionó que la historia
universal es la historia de unas cuantas metáforas.
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